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¿QUÉ PASÓ EXACTAMENTE HACE 40 AÑOS EN NUEVA YORK??

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Mensaje  Nonoan Dom 18 Oct 2009 - 18:23

Son las dos de la madrugada de la noche del 28 de Junio de 1969, un viernes, ocho agentes de la Unidad de Moral Pública del Primer Sector del Departamento de policía de la ciudad de Nueva Cork protagonizan una redada en el Stonewall Inn, un bar gay situado en el número 23 de la calle Christopher, justo al lado de la Séptima Avenida, en el barrio conocido como el Greenwich Village.

Lo que viene a continuación intenta resumir los sucesos ocurridos a partir de la entrada de la patrulla en el local; dada la diversidad de fuentes, no siempre coincidentes y, en ciertos casos completamente contradictorias, la narración de “la película de los hechos” no resulta una tarea sencilla. Lo que parece seguro es que los acontecimientos se caracterizaron por una violencia desconocida hasta ese momento, que incluso llegó a asustar a algunos miembros del incipiente colectivo de homosexuales que empezaba a poblar el barrio.

Además su verdadero calado en la historia de gays y lesbianas no será suficientemente entendido hasta años después, cuando el recuerdo de esa rebelión convertirá los días en torno al 28 de junio de cada año en la lucha de la liberación homosexual para algunos y/o la celebración del Orgullo Gay para otros.

Tampoco hay unanimidad en los porqués de esta noche mítica. La policía realiza redadas, acoso y arrestos de forma periódica y rutinaria, sin mayores resistencias. Quizá simplemente llegó un punto en que la paciencia quedó colmada o, quizá, y esto sea lo más probable, que los gays y las lesbianas habían contemplado en los años precedentes como la sociedad occidental iba cambiando bajo el impulso de las revoluciones culturales provocadas por el feminismo, el pacifismo, la contracultura, la desobediencia civil, el movimiento de liberación de la gente de color, etc., y creyeron que no podían quedarse atrás, una vez más ignorados.

Sea por lo que sea, esa noche cambiará la historia y la vida de muchas personas.


LOCAL DE MALA NOTA.

Al parecer el Stonewall Inn no es un establecimiento muy “respetable”, incluso para la media de los bares de ambiente de la época: indagaciones posteriores indican que sus propietarios pertenecen a la mafia, como ocurría con tantos otros locales gays. Es uno de esos antros en que los travestidos y chaperos van a pasar el rato, y en los que los fines de semana puede verse a un go-gó bailando sobre la barra. Tal es la reputación del sitio, que incluso existía alguna denuncia por la desidia higiénica de los camareros (en concreto, su poca aplicación para lavar los vasos en los que se sirven las bebidas) por el brote de hepatitis que se produce ese año entre los gays neoyorkinos.

Eso no es obstáculo para que a los dos años de su apertura sea uno de los locales gays más frecuentados del barrio. Esta popularidad puede deberse a varios factores, entre los que destaca el que sea habitualmente ignorado por la policía y a que su clientela sea de lo más variopinta, desde el ejecutivo que busca refugio a la reina descarada. Además, se sabe que es el único bar para gays en toda la ciudad en dónde se puede bailar.

La redada del 28 de junio sigue paso por paso las tácticas de acoso policial habituales en estos casos. Primero se entrega al encargado una orden judicial en la que se hace constar la causa legal de tal acción, que en este caso es la venta ilegal de alcohol. A continuación la policía ordena a los clientes que abandonen el bar, excepción hecha a quienes carecen de identificación o visten ropas del sexo opuesto, a los que se detiene y trasladas hasta la comisaría. Lo usual en tal situación es que las personas a las que se deja marchar lo hagan de forma ordenada y sumisa, para evitar cualquier excusa que sirva para arrestarles.

Pero esa noche, el desarrollo va a ser distinto: por alguna razón, los clientes que paulatinamente abandonan el Stonewall Inn no se apresuran a dirigirse a sus casas una vez en la calle, avergonzados, sino que se concentran a las puertas del bar. A ellos se van añadiendo viandantes casuales y vecinos del barrio. Dicen algunos testimonios de quienes estaban presentes que había un aire más bien animado, casi de fiesta.

Una de las imágenes más citadas es la de una pequeña multitud en crecimiento que va jaleando a los que salen del local, y que estos se detienen un momento para posar o hacer un comentario sarcástico. En ese momento llega un furgón policial en el que se introduce a tres travestidos, al camarero y al portero, en medio de una lluvia de abucheos. Alguien lanza un grito que hace que el gentío se abalance contra el furgón, aunque éste tiene tiempo para partir.


PAISAJE DE UNA BATALLA

Justo después, los agentes forcejean con una lesbiana (otras versiones hablan de un muchacho) que se resiste a ser introducida en un vehículo de las fuerzas del orden. La reacción es inmediata y espontánea: las manos lánguidas se endurecen y se convierten en puños. Se empiezan a lanzar latas de cerveza y botellas de vidrio, mientras una lluvia de monedas cae sobre los agentes.

La policía tiene que refugiarse en el propio bar. Fuera, alguien arranca un parquímetro con el que pretende reventar la puerta del local. Alguien, más violentamente imaginativo, inyecta chorros de gas para mecheros a través de la ventana rota, y después cerillas encendidas (otros sólo mencionan una antorcha llameante). La policía utilizó la manguera de incendios del local contra el fuego primero y contra los concentrados después. Al cabo de poco tiempo llegan al lugar efectivos de repuesto que intentan despejar la calle. Cuando todo parece haberse calmado y estar bajo control, la gente vuelve a agruparse detrás de la policía, ahora con más furia, gritando, lanzando ladrillos y botellas e incendiando cubos de basura.

Nadie que rememora aquella noche se olvida de que fueron las “reinas travestidas” las que se destacaron por su agresividad y sentido del humor. Mientras se defendían y atacaban con todo lo que encontraban a su alrededor, todavía podían mofarse con gestos y proclamas, a veces parodiando un batallón de coristas, con estribillos como: “somos las chicas de Stonewall/ llevamos el pelo rizado/ no llevamos ropa interior/ mostramos nuestro bello púbico/ y nos ponemos nuestras faldas/ por encima de nuestras rodillas peladas.”

Se calcula que la noche de autos unos cien policías se enfrentan a unas mil personas. Los agentes del orden tardan aproximadamente dos horas en acabar con el incidente y practican un total de 13 detenciones.

A pesar de los desperfectos, a la noche siguiente el Stonewall Inn vuelve a estar abierto. En la fachada del bar se pueden leer las siguientes leyendas: “violan nuestros derechos/ legalización de los bares gays/ apoya el poder gay”.

Quienes se dedican horas antes a reparar el local descubren que la policía se ha llevado el dinero de la máquina de tabaco, de la máquina de pinchar discos, de la caja registradora, de la caja fuerte y hasta las propinas de los camareros. La solución para la reapertura es sencilla: al ser los cargos legales para el cierre la venta no autorizada de bebidas alcohólicas, en vez de venderse, se regala, hay barra libre.

Paulatinamente una concentración va creciendo más allá, en Sheridan Square Park. Al principio son sólo gays y lesbianas, pero los turistas de fin de semana en Manhattan se les unen con curiosidad al conocer las razones de su protesta. Las gentes se limitan a gritar cosas como “¡gay power!”, “¡queremos libertad ya!” o “¡igualdad para los homosexuales!”. Pronto el creciente número de personas que acuden hace que los límites se desborden hasta invadir la calzada. Los seis policías presentes empiezan a dar muestras de nerviosismo y uno se encara agresivamente con los manifestantes. Ya habían pedido refuerzos.

El conductor de un autobús que pretende pasar por medio hace sonar el claxon para que se despeje la rita. Alguien exclama: “¡paremos el autobús!” y la muchedumbre se abalanza sobre la calle bloqueando el paso por completo. Mientras rodean el vehículo gritan consignas como: “¡liberemos la calle!”. Un buen tramo de la calle Christopher estaba ahora ocupado por un gentío mayoritariamente gay que no sólo impide el tráfico sino que hace extremadamente difícil caminar hasta algunos edificios.

Según una anécdota recogida por algunas publicaciones, una señora mayor y bajita quiso abrirse paso, por lo que muchos de los presentes quisieron ayudarla. La señora se deshacía de ellos sin cejar en su firme empeño, y de vez en cuando murmuraba con voz temblorosa: “debe ser la luna llena; debe ser la luna llena!”


SÁBADO NOCHE Y DOMINGO.

Un centenar de policías de varios distritos de la ciudad se ven incapaces de controlar a una multitud de casi 2000 personas. Hasta ese momento, sin embargo, la situación no ha pasado a mayores, y buena parte de los presentes tiene una actitud alegre y animada. Cuando llegan los refuerzos, un centenar de agentes, a la intersección de la calle Christopher y la avenida Greenwich y una cincuentena a la esquina con la séptima avenida, les cae encima alguna que otra lata de cerveza.

Como respuesta dos policías deciden arrestar a un joven y llevarlo a la fuerza hasta el furgón; cuatro agentes más se les unen y empiezan a golpearle con sus porras por todo el cuerpo, incluida la cabeza y el vientre. Entonces alguien grita: “¡salvemos a nuestra hermana!”. Hay que hacer constar que algunos afirman que esto no sucedió la segunda noche, sino la primera. Los embravecidos policías se quedan perplejos durante unos instantes, los mismos que transcurren hasta que una cincuentena de esos “afeminados” se precipitan sobre ellos y consiguen liberar al muchacho y devolverlo a la concentración. A continuación se forma una barrera humana que impide que la policía pueda volver a coger al muchacho, a pesar de que no dudan en utilizar con contundencia sus porras para intentar romper la barrera.

Al enfrentarse a las fuerzas de seguridad, los concentrados gritan consignias como “¡gay power!” o “¡la calle Chritopher pertenece a las reinas!”. Al valorar la situación, las fuerzas de seguridad emplean la misma táctica de la barrera humana para forzar el movimiento de la gente y conseguir dispersarla con penosos esfuerzos. Todo ello les lleva un par de horas, al cabo de las cuales se puede apreciar cierta calma.

Aún habrá nuevos conatos de enfrentamiento, en especial poco después de que los bares cierren sus puertas a las 3 de la madrugada, pero la policía siempre logrará restablecer el orden.

El domingo por la noche la situación parece más tranquila, a pesar de que hay cientos de personas en las calles. El Stonewall INN vuelve a estar abierto. UN cliente de honor ese día será el poeta Allen Ginsberg, que deja para la posteridad una frase reproducida a menudo: “¿Sabéis? Los chicos parecían tan hermosos; habían perdido esa mirada herida que diez años atrás tenían todos los maricones”.

Había nacido el Orgullo Gay.

Lo que pasó el fin de semana del 28 de junio de 1969 y los meses que siguieron marcará un hito en la historia de gays y lesbianas hasta el punto que se establece para siempre una separación entre la época pre Stonewall y la era post Stonewall. Aquellos hombres y mujeres que gritaron “¡Basta ya!” al acoso y a la criminalización abrieron una puerta que ya no podrá cerrarse y que desencadenará una reacción en cadena en todo el mundo que nadie podía sospechar poco antes.

De la ultratumba a la visibilidad, de la culpa al orgullo, de la discriminación a la lucha por nuestros derechos, los homosexuales ya no se conformarán con evitar el castigo social o legal, sino que reivindicarán una posición legítima dentro de la sociedad.
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