literatura lésbica
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literatura lésbica
Las mujeres –y las lesbianas en particular– poco han pintado, si no es para ejercer de objetos de deseo, en una tradición literaria machista
Biblioteca lésbica
Los éxitos de la "literatura femenina" en los años 80 y 90 no trajeron aparejada la gestación de una literatura de clara impronta lésbica | En los últimos años, el mejor catalizador de la visibilidad lésbica han sido los personajes de series de televisión como "Hospital Central"
"A Chloe le gustaba Olivia". Imaginando leer esta frase, Virginia Woolf hacía patente una carencia: la de la visibilidad de las relaciones entre mujeres en la tradición literaria. Desde entonces, novelistas, poetas y ensayistas han sacado poco a poco a la luz una temática oculta
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M.ª ÁNGELES CABRÉ | 26/05/2010 | Actualizada a las 03:31h | Cultura
"La única anormalidad es la incapacidad de amar" (Anaïs Nin)
La autora
M.ª Ángeles Cabré es escritora, traductora y crítica literaria, también es guionista de la serie lésbica de humor gráfico "The Lola's world" (Ediciones de la Tempestad / Llibres de l'Índex). En el 2008 publicó su primera novela, "El silencio" (Caballo de Troya)
MÁS INFORMACIÓN
* Edición Impresa: Carmela García, desnudez de mujer a mujer
*
¿Existe una tradición en la literatura lésbica? Por supuesto que sí. Aunque exigua, parca, o mejor dicho casi raquítica, existe. Ni que decir tiene que va de la mano de las teorías sobre la liberación de la mujer y de los denodados esfuerzos por devolverle a esta el lugar del que jamás debió carecer. Y es que mujeres en general y lesbianas en particular poco pintan en la tradición literaria machista y androcéntrica dominante, si no es para ejercer de objetos de deseo (la Dulcinea de Cervantes, la Laura de Dante...) o como casquivanas (la Madame Bovary de Flaubert, la Lolita de Nabokov...).
Resulta pues difícil jugar a la identificación y al desafío a la norma con ejemplos tan pasivos y poco constructivos, aunque por suerte la mujer posee una capacidad de ensoñación infinita que le permite transformar los panes en peces y allí donde lee él decir ella. Así lo revela Virginia Woolf en ese ensayo fundacional para el feminismo (perdón, los feminismos) que es Una habitación propia (1929), cuando de pronto imagina estar leyendo un libro de una escritora inventada. De esta guisa, le da un vuelco al corazón cuando lee: "A Chloe le gustaba Olivia". Esa frase es una bomba capaz de trocar el rumbo de las cosas. Jamás escrita, sin embargo, en estos términos diáfanos, Woolf se duele de su ausencia y, dándole nombre a la carencia, la reinventa.
Asimismo, al no existir una Grecia clásica femenina, no hay en obras pretéritas canto alguno al deseo de una mujer hacia otra, como sí hubo Adrianos que adoraban a Antinoos. ¿Y Safo, cuyo nombre dio lugar al amor sáfico? Seamos sinceros: Safo queda como un hecho aislado que no sienta precedente, una flor que no hace verano. Y aunque sí existe algún texto libertino que se recree en el tema, como el anónimo del siglo XVIII (aunque atribuido a Pidansat de Mairobert) Anandria. Confesión de la señorita Safo (traducción de Joaquín López Barbadillo, e-litterae), rotundamente debe afirmarse que es con el siglo XX cuando arranca la verdadera literatura lesbiana.
De Francia nos llega en 1901 la que se considera la primera novela lésbica firmada por una mujer, Idilio sáfico, de Liane de Pougy (traducción de Luis Antonio de Villena, Egales). ¿Nos llega? Ojalá, pues no ha sido hasta ahora que acaba de editarse aquí. Gertrude Stein le pisa los talones y en 1903 alumbra Q.E.D., donde cuenta una agitada relación que vivió. Pero Stein oculta voluntariamente ese texto para no herir a su gran amor, Alice B. Toklas, de modo que este no ve la luz hasta... mediados de los ochenta. Ocupa su lugar cronológico una liberada Colette, que escribe sobre lesbianismo bastante descocadamente. Lo cierto es que el París de los años veinte lo propicia. Y es que, como dijo Hemingway, en esos tiempos la ciudad era una fiesta. Pero no es hasta 1928 cuando la inglesa Radclyffe Hall publica la oscurantista El pozo de la soledad, que le lleva a correr una suerte similar a la de Wilde. Sometida a juicio, su obra es prohibida bajo la acusación de obscenidad y no se reedita hasta veinte años después. En ese mismo año, Djuna Barnes tiene más suerte y consigue publicar El almanaque de las mujeres (hay una reciente edición de Egales realizada por Isabel Franc) y, en 1936, la fantasmagórica El bosque de la noche (Seix Barral y Ed. 62 en catalán), a la que pone prólogo ni más ni menos que T.S. Eliot.
Y aquí, ¿nadie osa escribir sobre ese pecado nefando? En España la primera en abordar el sexo entre mujeres es la murciana Ángeles Vicente con la historia de la zozobrante cupletista Zezé, que da nombre a la novela en cuestión y que vio la luz en 1909. Asimismo, Carmen de Burgos, compañera del audaz Gómez de la Serna, da cabida en sus obras a los sentimientos lésbicos tangencialmente. A partir de entonces se extiende un páramo más infecundo que la Yerma lorquiana, que tan sólo verdea cuando se anuncia el cambio de régimen. De esta guisa, hasta los años setenta impera el silencio administrativo más absoluto.
Aires de cambio
Y con un gran salto en el tiempo, aterrizamos en el presente. Con alegría constatamos que, ya sumergidos en el siglo XXI, irrumpe con plena carta de naturaleza lo que podemos llamar literatura lésbica o lesbiana, que recoge los frutos sembrados desde los años setenta. ¿En igualdad de condiciones? Ya quisiéramos. Lamentablemente, permanecen encastillados, y encasillados, en las librerías especializadas (Berkana, en Madrid; Cómplices, Antinous, en Barcelona) y las generalistas se resisten a albergarlos en sus estantes, como si a sus lectores no fuera a interesarles leer El pozo de la soledad o alguna de las entretenidísimas novelas policiacas de la neorleanesa J.M. Redman –creadora de la detective lesbiana Micky Knight–, una autora jamás invitada a la Semana Negra de Barcelona ni nada similar, cuya última entrega publicada aquí es Las hijas ausentes (traducción de Zoraida de Torres Burgos, Egales).
Pero pequeños indicios hacen pensar que se anuncian aires de cambio y vale la pena dejar constancia de ello. Por un lado, resulta curioso que este año se hayan publicado dos novelas sobre un tema tan inusual como el hermafroditismo, tan cercano al lesbianismo, Esclava de nadie. La increíble historia de Elen@ de Céspedes (Espasa), de Agustín Sánchez Vidal; y Elisa y Marcela, de Narciso de Gabriel (prólogo de Manuel Rivas, Libros del Silencio), ambas basadas en casos reales, respectivamente, del siglo XVI y de finales del XIX.
Sorprende también que acaben de editarse las relaciones sentimentales de dos poetas tan célebres como Elizabeth Bishop, con una arquitecta brasileña (Carmen L. Oliveira, Flores raras y banalísimas. La historia de Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Suárez, traducción de A.J. Alonso, Vaso Roto Ediciones), y Gabriela Mistral, con una joven escritora norteamericana (G. Mistral, Niña errante. Cartas a Doris Dana, edición y prólogo de Pedro Pablo Zegers B., Lumen), la primera en forma de biografía y la segunda a modo de epistolario. Y también nos congratula que una editorial tan prestigiosa como Minúscula acabe de ofrecer al lector el único texto abiertamente lésbico de Annemarie Schwarzenbach, Ver a una mujer (traducción de María Esperanza Romero, edición y posfacio de Alexis Schwarzenbach). Lástima que no se pudiera leer en su día, allá por un lejano 1929, cuando fue escrito. Tal vez hubiera cambiado el curso de la historia de la literatura lésbica, que en lugar de basarse en una novela pesimista como El pozo de la soledad lo habría hecho en este relato sin afán castrador. Porque la censura, y también la autocensura, tienen mucho que decir en esta coja y vacilante tradición. De no existir ninguna de ellas, 1929 se hubiera erigido en un año glorioso para esta tradición: Schwarzenbach hubiera podido publicar su nouvelle y Virginia Woolf hubiera podido leerla. Otra interpretación sin duda del célebre crac.
Sea como fuere, por arduo y accidentado que haya sido el camino, se huye de la oscuridad y se va hacia la visibilidad. Acaso tardaremos en seguir el ejemplo del Reino Unido, donde la poeta oficial es en la actualidad una mujer abiertamente lesbiana, Carol Anne Duffy. Pero lo dicho, algo se mueve.
El arte, en sus diferentes manifestaciones, es siempre la expresión de su tiempo, un espejo colocado al borde del camino, como decía Stendhal sobre la novela. Mientras el cine suele ser renuente, se resiste a tirar la primera piedra, y la televisión hace lo que puede, en lucha permanente con los conflictos de intereses, la literatura es otra cosa, hasta el punto de que casi se podría decir que la historia literaria es un cúmulo de desafiantes lanzamientos de guantes.
El despertar
Eso es precisamente lo que sucedió en nuestro país en un temprano 1978 con la publicación en Lumen de la que quizás fue la primera novela importante descaradamente lésbica, El mismo mar de todos los veranos, título inaugural de la trilogía que consagraría a Esther Tusquets, en este caso autora y editora a la vez. No olvidamos, claro está, el antecedente de Julia, de Ana María Moix, que vio la luz en 1970 (en el mismo sello), ni tampoco las dos bellísimas nouvelles que a mediados de los setenta firmó la mallorquina Carme Riera, Te deix, amor, la mar com a penyora y Jo pos per testimoni las gavines. Pero los libros tienen vida propia y, echando la vista atrás, constatamos que El mismo mar... ha salido fortalecido, entre otras razones por la insistencia de la autora en ocuparse de dicha materia.
Lamentablemente, tras ese amanecer rotundo, la literatura de temática lésbica pareció ocultarse durante unos años cual Guadiana. No hay pues demasiados libros a los que hincar el diente en esos lustros –los ochenta y noventa– tan proteicos sin embargo a la hora de dar voz a las novelistas, que vivieron un momento de auge análogo a lo que a mediados del siglo XX se llamó en EE.UU. la nueva conciencia femenina y que vino de la mano de autoras como Rosa Montero, Rosa Regàs o Ángeles Caso, que se posicionaron como muy premiadas y leídas, y pasaron a erigirse casi en una amenaza para la instaurada hegemonía del escritor macho. Apartir de entonces, el pastel iba a tener que repartirse, y que la masa lectora fuera en su mayoría femenina facilitaba las cosas.
Lo cierto es que por aquel entonces, en lugar de gestarse una literatura de clara impronta lésbica que aprovechara el esplendor de la literatura femenina, se impuso la ambigüedad. ¿Por escapismo o por afán literario? Chi lo sa. La cuestión es que pocos fueron los libros publicados en que se trató el amor entre mujeres y, entre ellos, en unos cuantos se hizo veladamente. Por ejemplo, en la apuesta por permanecer en el terreno de lo innombrado que hizo Marina Mayoral en Recóndita armonía y que también cultivó con gran acierto Cristina Peri Rossi en Solitario de amor.
Huyendo de la represión uruguaya, Peri Rossi aterrizó en Barcelona en los bocaccianos años setenta y desde entonces no se ha apeado de su condición de defensora de las libertades y del feminismo. Aunque ella misma afirma rotunda que la literatura no tiene sexo y asegura no haber escrito jamás una novela que trate la temática que nos ocupa, en muchos poemas y relatos sí la deja asomar sin rodeos, lo que la ha convertido en una autora muy seguida por las lectoras lesbianas. Poemarios como Estrategias del deseo o Habitación de hotel dan fe de ello.
Otro nombre que destacar es el de la prolífica y versátil Flavia Company, argentina residente en España desde niña, que sí hizo desde su primer libro una apuesta por esta temática. Partidaria de una literatura de cariz experimental, salvo en algunos relatos concretos (como uno digno de mención que trata el lesbianismo en la tercera edad y pertenece a su último libro, Con la soga al cuello), ha elegido moverse entre brumas. Así lo demuestra Melalcor, una novela que juega con las identidades y las tendencias sexuales hasta el punto de que no sabemos si sus protagonistas son hombres o mujeres, homosexuales o heteros.
Otro punto de referencia podemos hallarlo también en la poeta cordobesa –barcelonesa de adopción– Concha García. Autora de una obra poética consolidada que no rehúye el tema del género, sino que lo cultiva con entusiasmo, aunque sin caer en el encasillamiento, sirve de referencia a nuevas voces y es abundantemente citada. Hace unos años publicó en Plaza & Janés, de la mano de Ana María Moix, Miamor.doc, una novelita lírica de clara adscripción lésbica que ahora ha recuperado Egales. De su misma generación es Neus Aguado, argentina residente también en Barcelona, quien ha dedicado parte de su corpus poético a esta materia.
Aunque sin duda la escritora que más esfuerzos ha dedicado a construir una literatura propiamente lésbica es la catalana Isabel Franc. Finalista del premio Sonrisa Vertical en 1992 con la novela paródica Entre todas las mujeres (Tusquets), Franc firmó ese libro con su nombre real. Pero al siguiente ya nos sorprendió con un divertido pseudónimo: Lola Van Guardia. Con pedigree fue la primera entrega de un "culebrón lésbico por entregas". Corría el año 1997, fecha también de Amor, curiosidad, prozac y dudas, el primer éxito de la polémica Lucía Etxebarría, que trata el lesbianismo con gran fluidez.
Como Lola Van Guardia publicó a continuación Plumas de doble filo y La mansión de las tríbadas, y No me llames cariño firmada por Isabel Franc (todas editadas por Egales). Las cuatro novelas, voluntariamente humorísticas, constituyen una propuesta única, dado que no sólo sus personajes son exclusivamente femeninos, sino que el uso del lenguaje se feminiza también y desaparecen los plurales genéricos. Muy ingeniosas y divertidísimas, no tardaron en cautivar a las lectoras y pusieron de manifiesto la existencia de un colectivo de mujeres que decía sí a una literatura hecha como un traje a medida. En esta línea, su último libro publicado es Cuentos y fábulas de Lola Van Guardia (Egales).
A colación del estreno de Franc como autora erótica, no quisiera dejar de mencionar que años más tarde otra novela lésbica, Tu nombre escrito en el agua, ganó el Sonrisa Vertical. Esta vez iba firmada con el pseudónimo de Irene González Frei, cuya identidad aún desconocemos. Lola Van Guardia satisfizo una demandayabrió la veda, entre otras, a autoras como Jennifer Quiles (cuya obra se truncó por su repentino fallecimiento) o Libertad Morán (madrileña que narra sin complejos la vida cotidiana de la juventud más desenfadada), que pasaron a engrosar los catálogos de editoriales como Egales u Odisea, sin las cuales el reciente avance (con acelerón incluido) no sería posible. Empezaba a no ser precisa una lupa para leer entre líneas y comenzaba la visibilidad, hasta el punto de que una autora podía dirigirse sin ambages incluso al público juvenil, como sucede con Em dic Laia (Ed. 62), de Gemma Puig Masip, una lectura optimista de las relaciones entre chicas.
Del mismo modo que Lumen fue fundacional para la literatura lésbica, el nacimiento de las editoriales temáticas dedicadas a gais y lesbianas ha marcado un antes y un después. Se trata de sellos considerados por algunos reductos autodiscriminatorios, aunque el día a día los convierte por el contrario en asideros para quienes no encuentran aún en la cultura una igualdad fehaciente. Cabe señalar asimismo que son claramente deudores de pequeñas y esforzadas editoriales crecidas a la sombra de la transición. Es el caso de la nunca suficientemente valorada Horas y Horas, responsable de aportaciones feministas de gran enjundia (algo así como la heredera de la catalana La Sal Edicions de les Dones). Hay que destacar entre sus publicaciones recientes la magnífica Zami. Una biomitografía (traducción de María Durante), autobiografía de la poeta de Harlem de origen caribeño Audre Lorde, aquella que se bautizaba a sí misma como "una guerrera poeta feminista negra y lesbiana". Altamente recomendables son también sus ensayos reunidos en el volumen bautizado a lo Marçal como La hermana, la extranjera.
Hoy en día la editorial gay/les más significativa es Egales. Nacida en 1995 del matrimonio entre la librería Berkana de Madrid y la librería Cómplices de Barcelona, esta editorial hoy puntera hace una tarea encomiable, poniendo anualmente a disposición de los lectores un considerable número de títulos interesantes, y ello sin renunciar a una línea comercial. Así pues, en su seno reúnen iniciativas tan variadas como recuperar el clásico Dos amigas (traducción de Alberto Mira), novela sobre bohemias inglesas escrita en los difíciles años cuarenta por la enfermera Mary Renault, o bien arriesgarse con la primera antología de relatos lésbicos de autoras de hoy, Las chicas con las chicas (de Cristina Peri Rossi a Concha García pasando por jovencísimas nuevas apuestas).
Con clara voluntad visibilizadora, a la publicación de la más variada ficción nacional y extranjera Egales ha sumado en fechas recientes un notabilísimo esfuerzo en el campo del ensayo, que aspira a sentar nuevas bases. En el terreno de la crítica literaria, cabe citar dos significativos volúmenes. El primero viene de la mano de la también poeta María Castrejón, que construyó con pluma ágil y osada una encomiable guía de la narrativa lésbica española: ... que me estoy muriendo de agua (2008). El segundo, Ellas y nosotras. Estudios lesbianos sobre literatura escrita en castellano (2009), coordinado por la profesora Elina Norandi, profundiza en la obra de algunas autoras especialmente significativas y, en una línea algo más académica, reúne por vez primera lo que tan sólo se oye aisladamente en congresos y seminarios. Ambos textos siguen la estela de Que sus faldas son ciclones (2008), en edición de Rosa García Rayego y María Soledad Sánchez Gómez, donde se analiza la representación literaria del lesbianismo en lengua inglesa en su vertiente contemporánea y que toma prestado el verso de Marina Tsvietaieva. Los tres títulos son una clara evidencia de la apuesta que dicha editorial está haciendo para afianzar el género. Sin olvidar, claro está, los estudios en el ámbito de las ciencias sociales, que recogen la herencia del activismo posfranquista. Trabajos recientes como Identidad y cambio social (Transformaciones promovidas por el movimiento gay/lesbiano en España), de Jordi M. Monferrer Tomás, o La voluntad y el deseo (La construcción social del género y la sexualidad: el caso de lesbianas, gays y trans), de Gerard Coll-Planas, que ahonda en la construcción social del género y la sexualidad, así como, ya específicamente en el terreno femenino, el trabajo de Gracia Trujillo Barbadillo Deseo y resistencia (1977-2007), que hace un exhaustivo repaso de la movilización lesbiana en esas tres décadas, contribuyen a seguir afianzando la realidad homosexual en este país.
De cine...
Pero ¿acaso la letra impresa sigue un rumbo dispar al de otros soportes artísticos? Nada de eso. La última película de Julio Medem, Habitación en Roma, amén de levantar polémica, está llamada a ser un hito en el cine español, hasta la fecha muy poco generoso con la temática lésbica. Una película valiente –como todas las suyas–, estéticamente algo greenawayesca, en la que dos mujeres comparten cama en una noche única. Una película que en todo caso evoca la reciente Eloïse, de Jesús Garay, que cuenta sin tapujos la relación de dos jovencitas. Y es que a excepción de algunos títulos de Almodóvar donde sí se trata, escasos son en la filmografía española los ejemplos que de ella se ocupan, siendo uno de los más significativos sin duda El pájaro de la felicidad (1993), de Pilar Miró. Aunque si hay alguien que merece considerarse pionera en estas lides es la dicharachera barcelonesa Marta Balletbó-Coll, que en 1995 estrenó una artesanal Costa Brava y en el 2004 reincidió, ya con mayor presupuesto, con Sévigné. Asimismo, en el cine de vocación claramente comercial, algunas comedias han tratado la cuestión con éxito de público, como Los dos lados de la cama, la película española más taquillera del 2002. Esa y alguna que otra, como la coproducción ¿Entiendes?, dieron lugar a productos frescos que buscaban combatir los castradores estereotipos. Lejos de cosechar los aplausos de producciones extranjeras como Tomates verdes fritos, Las horas o Monster, sí significaban un punto de inflexión. Pero ¿llegará Habitación en Roma al público heterosexual rompiendo barreras como lo hicieron estas películas foráneas?
... y de televisión
Claro que acaso la mejor catalizadora de la visibilidad lésbica en estos años recientes ha sido la pequeña pantalla. De un tiempo a esta parte, las series de televisión han alentado el ritmo de lo que sucede en la calle y se han hecho eco de los avances legislativos. En 1999 llegó a Telecinco la primera protagonista lesbiana autóctona, la Diana de Siete vidas, una de las series más ocurrentes y longevas de nuestra televisión. Hay que decir que aunque esta fue la primera a escala estatal, en Catalunya se le adelantó TV3 con la serie Nissaga de poder, que presentó por vez primera a una pareja lesbiana en el horario de sobremesa. A continuación vendría la Bea de Aquí no hay quien viva, otro gran éxito entre los televidentes. Estas series, seguidísimas por el gran público y con muy buena prensa, rompieron con la imagen manida de la lesbiana y ayudaron a más de una joven a salir del armario.
Finalmente, en el 2000 llegó el bombazo, ya sin el humor como subterfugio. Nos referimos a la pareja formada por los personajes de Maca y Esther en Hospital Central, con adopción de niños incluida. Cabe destacar que la ceremonia nupcial se hizo coincidir con la legalización del matrimonio homosexual en España. Emitida en horario de máxima audiencia, en ella la pareja gay recibe el mismo tratamiento que una pareja heterosexual. Apartir de ahí fue como un tobogán donde ninguna serie que se preciara se permitía carecer de una subtrama lésbica. La sociedad empezaba a latir a un ritmo mucho más saludable y se forjaba la primera generación de chicas con espejos. Y es que los espectadores también quieren escuchar que a Chloe le gustaba Olivia.
Biblioteca lésbica
Los éxitos de la "literatura femenina" en los años 80 y 90 no trajeron aparejada la gestación de una literatura de clara impronta lésbica | En los últimos años, el mejor catalizador de la visibilidad lésbica han sido los personajes de series de televisión como "Hospital Central"
"A Chloe le gustaba Olivia". Imaginando leer esta frase, Virginia Woolf hacía patente una carencia: la de la visibilidad de las relaciones entre mujeres en la tradición literaria. Desde entonces, novelistas, poetas y ensayistas han sacado poco a poco a la luz una temática oculta
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M.ª ÁNGELES CABRÉ | 26/05/2010 | Actualizada a las 03:31h | Cultura
"La única anormalidad es la incapacidad de amar" (Anaïs Nin)
La autora
M.ª Ángeles Cabré es escritora, traductora y crítica literaria, también es guionista de la serie lésbica de humor gráfico "The Lola's world" (Ediciones de la Tempestad / Llibres de l'Índex). En el 2008 publicó su primera novela, "El silencio" (Caballo de Troya)
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¿Existe una tradición en la literatura lésbica? Por supuesto que sí. Aunque exigua, parca, o mejor dicho casi raquítica, existe. Ni que decir tiene que va de la mano de las teorías sobre la liberación de la mujer y de los denodados esfuerzos por devolverle a esta el lugar del que jamás debió carecer. Y es que mujeres en general y lesbianas en particular poco pintan en la tradición literaria machista y androcéntrica dominante, si no es para ejercer de objetos de deseo (la Dulcinea de Cervantes, la Laura de Dante...) o como casquivanas (la Madame Bovary de Flaubert, la Lolita de Nabokov...).
Resulta pues difícil jugar a la identificación y al desafío a la norma con ejemplos tan pasivos y poco constructivos, aunque por suerte la mujer posee una capacidad de ensoñación infinita que le permite transformar los panes en peces y allí donde lee él decir ella. Así lo revela Virginia Woolf en ese ensayo fundacional para el feminismo (perdón, los feminismos) que es Una habitación propia (1929), cuando de pronto imagina estar leyendo un libro de una escritora inventada. De esta guisa, le da un vuelco al corazón cuando lee: "A Chloe le gustaba Olivia". Esa frase es una bomba capaz de trocar el rumbo de las cosas. Jamás escrita, sin embargo, en estos términos diáfanos, Woolf se duele de su ausencia y, dándole nombre a la carencia, la reinventa.
Asimismo, al no existir una Grecia clásica femenina, no hay en obras pretéritas canto alguno al deseo de una mujer hacia otra, como sí hubo Adrianos que adoraban a Antinoos. ¿Y Safo, cuyo nombre dio lugar al amor sáfico? Seamos sinceros: Safo queda como un hecho aislado que no sienta precedente, una flor que no hace verano. Y aunque sí existe algún texto libertino que se recree en el tema, como el anónimo del siglo XVIII (aunque atribuido a Pidansat de Mairobert) Anandria. Confesión de la señorita Safo (traducción de Joaquín López Barbadillo, e-litterae), rotundamente debe afirmarse que es con el siglo XX cuando arranca la verdadera literatura lesbiana.
De Francia nos llega en 1901 la que se considera la primera novela lésbica firmada por una mujer, Idilio sáfico, de Liane de Pougy (traducción de Luis Antonio de Villena, Egales). ¿Nos llega? Ojalá, pues no ha sido hasta ahora que acaba de editarse aquí. Gertrude Stein le pisa los talones y en 1903 alumbra Q.E.D., donde cuenta una agitada relación que vivió. Pero Stein oculta voluntariamente ese texto para no herir a su gran amor, Alice B. Toklas, de modo que este no ve la luz hasta... mediados de los ochenta. Ocupa su lugar cronológico una liberada Colette, que escribe sobre lesbianismo bastante descocadamente. Lo cierto es que el París de los años veinte lo propicia. Y es que, como dijo Hemingway, en esos tiempos la ciudad era una fiesta. Pero no es hasta 1928 cuando la inglesa Radclyffe Hall publica la oscurantista El pozo de la soledad, que le lleva a correr una suerte similar a la de Wilde. Sometida a juicio, su obra es prohibida bajo la acusación de obscenidad y no se reedita hasta veinte años después. En ese mismo año, Djuna Barnes tiene más suerte y consigue publicar El almanaque de las mujeres (hay una reciente edición de Egales realizada por Isabel Franc) y, en 1936, la fantasmagórica El bosque de la noche (Seix Barral y Ed. 62 en catalán), a la que pone prólogo ni más ni menos que T.S. Eliot.
Y aquí, ¿nadie osa escribir sobre ese pecado nefando? En España la primera en abordar el sexo entre mujeres es la murciana Ángeles Vicente con la historia de la zozobrante cupletista Zezé, que da nombre a la novela en cuestión y que vio la luz en 1909. Asimismo, Carmen de Burgos, compañera del audaz Gómez de la Serna, da cabida en sus obras a los sentimientos lésbicos tangencialmente. A partir de entonces se extiende un páramo más infecundo que la Yerma lorquiana, que tan sólo verdea cuando se anuncia el cambio de régimen. De esta guisa, hasta los años setenta impera el silencio administrativo más absoluto.
Aires de cambio
Y con un gran salto en el tiempo, aterrizamos en el presente. Con alegría constatamos que, ya sumergidos en el siglo XXI, irrumpe con plena carta de naturaleza lo que podemos llamar literatura lésbica o lesbiana, que recoge los frutos sembrados desde los años setenta. ¿En igualdad de condiciones? Ya quisiéramos. Lamentablemente, permanecen encastillados, y encasillados, en las librerías especializadas (Berkana, en Madrid; Cómplices, Antinous, en Barcelona) y las generalistas se resisten a albergarlos en sus estantes, como si a sus lectores no fuera a interesarles leer El pozo de la soledad o alguna de las entretenidísimas novelas policiacas de la neorleanesa J.M. Redman –creadora de la detective lesbiana Micky Knight–, una autora jamás invitada a la Semana Negra de Barcelona ni nada similar, cuya última entrega publicada aquí es Las hijas ausentes (traducción de Zoraida de Torres Burgos, Egales).
Pero pequeños indicios hacen pensar que se anuncian aires de cambio y vale la pena dejar constancia de ello. Por un lado, resulta curioso que este año se hayan publicado dos novelas sobre un tema tan inusual como el hermafroditismo, tan cercano al lesbianismo, Esclava de nadie. La increíble historia de Elen@ de Céspedes (Espasa), de Agustín Sánchez Vidal; y Elisa y Marcela, de Narciso de Gabriel (prólogo de Manuel Rivas, Libros del Silencio), ambas basadas en casos reales, respectivamente, del siglo XVI y de finales del XIX.
Sorprende también que acaben de editarse las relaciones sentimentales de dos poetas tan célebres como Elizabeth Bishop, con una arquitecta brasileña (Carmen L. Oliveira, Flores raras y banalísimas. La historia de Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Suárez, traducción de A.J. Alonso, Vaso Roto Ediciones), y Gabriela Mistral, con una joven escritora norteamericana (G. Mistral, Niña errante. Cartas a Doris Dana, edición y prólogo de Pedro Pablo Zegers B., Lumen), la primera en forma de biografía y la segunda a modo de epistolario. Y también nos congratula que una editorial tan prestigiosa como Minúscula acabe de ofrecer al lector el único texto abiertamente lésbico de Annemarie Schwarzenbach, Ver a una mujer (traducción de María Esperanza Romero, edición y posfacio de Alexis Schwarzenbach). Lástima que no se pudiera leer en su día, allá por un lejano 1929, cuando fue escrito. Tal vez hubiera cambiado el curso de la historia de la literatura lésbica, que en lugar de basarse en una novela pesimista como El pozo de la soledad lo habría hecho en este relato sin afán castrador. Porque la censura, y también la autocensura, tienen mucho que decir en esta coja y vacilante tradición. De no existir ninguna de ellas, 1929 se hubiera erigido en un año glorioso para esta tradición: Schwarzenbach hubiera podido publicar su nouvelle y Virginia Woolf hubiera podido leerla. Otra interpretación sin duda del célebre crac.
Sea como fuere, por arduo y accidentado que haya sido el camino, se huye de la oscuridad y se va hacia la visibilidad. Acaso tardaremos en seguir el ejemplo del Reino Unido, donde la poeta oficial es en la actualidad una mujer abiertamente lesbiana, Carol Anne Duffy. Pero lo dicho, algo se mueve.
El arte, en sus diferentes manifestaciones, es siempre la expresión de su tiempo, un espejo colocado al borde del camino, como decía Stendhal sobre la novela. Mientras el cine suele ser renuente, se resiste a tirar la primera piedra, y la televisión hace lo que puede, en lucha permanente con los conflictos de intereses, la literatura es otra cosa, hasta el punto de que casi se podría decir que la historia literaria es un cúmulo de desafiantes lanzamientos de guantes.
El despertar
Eso es precisamente lo que sucedió en nuestro país en un temprano 1978 con la publicación en Lumen de la que quizás fue la primera novela importante descaradamente lésbica, El mismo mar de todos los veranos, título inaugural de la trilogía que consagraría a Esther Tusquets, en este caso autora y editora a la vez. No olvidamos, claro está, el antecedente de Julia, de Ana María Moix, que vio la luz en 1970 (en el mismo sello), ni tampoco las dos bellísimas nouvelles que a mediados de los setenta firmó la mallorquina Carme Riera, Te deix, amor, la mar com a penyora y Jo pos per testimoni las gavines. Pero los libros tienen vida propia y, echando la vista atrás, constatamos que El mismo mar... ha salido fortalecido, entre otras razones por la insistencia de la autora en ocuparse de dicha materia.
Lamentablemente, tras ese amanecer rotundo, la literatura de temática lésbica pareció ocultarse durante unos años cual Guadiana. No hay pues demasiados libros a los que hincar el diente en esos lustros –los ochenta y noventa– tan proteicos sin embargo a la hora de dar voz a las novelistas, que vivieron un momento de auge análogo a lo que a mediados del siglo XX se llamó en EE.UU. la nueva conciencia femenina y que vino de la mano de autoras como Rosa Montero, Rosa Regàs o Ángeles Caso, que se posicionaron como muy premiadas y leídas, y pasaron a erigirse casi en una amenaza para la instaurada hegemonía del escritor macho. Apartir de entonces, el pastel iba a tener que repartirse, y que la masa lectora fuera en su mayoría femenina facilitaba las cosas.
Lo cierto es que por aquel entonces, en lugar de gestarse una literatura de clara impronta lésbica que aprovechara el esplendor de la literatura femenina, se impuso la ambigüedad. ¿Por escapismo o por afán literario? Chi lo sa. La cuestión es que pocos fueron los libros publicados en que se trató el amor entre mujeres y, entre ellos, en unos cuantos se hizo veladamente. Por ejemplo, en la apuesta por permanecer en el terreno de lo innombrado que hizo Marina Mayoral en Recóndita armonía y que también cultivó con gran acierto Cristina Peri Rossi en Solitario de amor.
Huyendo de la represión uruguaya, Peri Rossi aterrizó en Barcelona en los bocaccianos años setenta y desde entonces no se ha apeado de su condición de defensora de las libertades y del feminismo. Aunque ella misma afirma rotunda que la literatura no tiene sexo y asegura no haber escrito jamás una novela que trate la temática que nos ocupa, en muchos poemas y relatos sí la deja asomar sin rodeos, lo que la ha convertido en una autora muy seguida por las lectoras lesbianas. Poemarios como Estrategias del deseo o Habitación de hotel dan fe de ello.
Otro nombre que destacar es el de la prolífica y versátil Flavia Company, argentina residente en España desde niña, que sí hizo desde su primer libro una apuesta por esta temática. Partidaria de una literatura de cariz experimental, salvo en algunos relatos concretos (como uno digno de mención que trata el lesbianismo en la tercera edad y pertenece a su último libro, Con la soga al cuello), ha elegido moverse entre brumas. Así lo demuestra Melalcor, una novela que juega con las identidades y las tendencias sexuales hasta el punto de que no sabemos si sus protagonistas son hombres o mujeres, homosexuales o heteros.
Otro punto de referencia podemos hallarlo también en la poeta cordobesa –barcelonesa de adopción– Concha García. Autora de una obra poética consolidada que no rehúye el tema del género, sino que lo cultiva con entusiasmo, aunque sin caer en el encasillamiento, sirve de referencia a nuevas voces y es abundantemente citada. Hace unos años publicó en Plaza & Janés, de la mano de Ana María Moix, Miamor.doc, una novelita lírica de clara adscripción lésbica que ahora ha recuperado Egales. De su misma generación es Neus Aguado, argentina residente también en Barcelona, quien ha dedicado parte de su corpus poético a esta materia.
Aunque sin duda la escritora que más esfuerzos ha dedicado a construir una literatura propiamente lésbica es la catalana Isabel Franc. Finalista del premio Sonrisa Vertical en 1992 con la novela paródica Entre todas las mujeres (Tusquets), Franc firmó ese libro con su nombre real. Pero al siguiente ya nos sorprendió con un divertido pseudónimo: Lola Van Guardia. Con pedigree fue la primera entrega de un "culebrón lésbico por entregas". Corría el año 1997, fecha también de Amor, curiosidad, prozac y dudas, el primer éxito de la polémica Lucía Etxebarría, que trata el lesbianismo con gran fluidez.
Como Lola Van Guardia publicó a continuación Plumas de doble filo y La mansión de las tríbadas, y No me llames cariño firmada por Isabel Franc (todas editadas por Egales). Las cuatro novelas, voluntariamente humorísticas, constituyen una propuesta única, dado que no sólo sus personajes son exclusivamente femeninos, sino que el uso del lenguaje se feminiza también y desaparecen los plurales genéricos. Muy ingeniosas y divertidísimas, no tardaron en cautivar a las lectoras y pusieron de manifiesto la existencia de un colectivo de mujeres que decía sí a una literatura hecha como un traje a medida. En esta línea, su último libro publicado es Cuentos y fábulas de Lola Van Guardia (Egales).
A colación del estreno de Franc como autora erótica, no quisiera dejar de mencionar que años más tarde otra novela lésbica, Tu nombre escrito en el agua, ganó el Sonrisa Vertical. Esta vez iba firmada con el pseudónimo de Irene González Frei, cuya identidad aún desconocemos. Lola Van Guardia satisfizo una demandayabrió la veda, entre otras, a autoras como Jennifer Quiles (cuya obra se truncó por su repentino fallecimiento) o Libertad Morán (madrileña que narra sin complejos la vida cotidiana de la juventud más desenfadada), que pasaron a engrosar los catálogos de editoriales como Egales u Odisea, sin las cuales el reciente avance (con acelerón incluido) no sería posible. Empezaba a no ser precisa una lupa para leer entre líneas y comenzaba la visibilidad, hasta el punto de que una autora podía dirigirse sin ambages incluso al público juvenil, como sucede con Em dic Laia (Ed. 62), de Gemma Puig Masip, una lectura optimista de las relaciones entre chicas.
Del mismo modo que Lumen fue fundacional para la literatura lésbica, el nacimiento de las editoriales temáticas dedicadas a gais y lesbianas ha marcado un antes y un después. Se trata de sellos considerados por algunos reductos autodiscriminatorios, aunque el día a día los convierte por el contrario en asideros para quienes no encuentran aún en la cultura una igualdad fehaciente. Cabe señalar asimismo que son claramente deudores de pequeñas y esforzadas editoriales crecidas a la sombra de la transición. Es el caso de la nunca suficientemente valorada Horas y Horas, responsable de aportaciones feministas de gran enjundia (algo así como la heredera de la catalana La Sal Edicions de les Dones). Hay que destacar entre sus publicaciones recientes la magnífica Zami. Una biomitografía (traducción de María Durante), autobiografía de la poeta de Harlem de origen caribeño Audre Lorde, aquella que se bautizaba a sí misma como "una guerrera poeta feminista negra y lesbiana". Altamente recomendables son también sus ensayos reunidos en el volumen bautizado a lo Marçal como La hermana, la extranjera.
Hoy en día la editorial gay/les más significativa es Egales. Nacida en 1995 del matrimonio entre la librería Berkana de Madrid y la librería Cómplices de Barcelona, esta editorial hoy puntera hace una tarea encomiable, poniendo anualmente a disposición de los lectores un considerable número de títulos interesantes, y ello sin renunciar a una línea comercial. Así pues, en su seno reúnen iniciativas tan variadas como recuperar el clásico Dos amigas (traducción de Alberto Mira), novela sobre bohemias inglesas escrita en los difíciles años cuarenta por la enfermera Mary Renault, o bien arriesgarse con la primera antología de relatos lésbicos de autoras de hoy, Las chicas con las chicas (de Cristina Peri Rossi a Concha García pasando por jovencísimas nuevas apuestas).
Con clara voluntad visibilizadora, a la publicación de la más variada ficción nacional y extranjera Egales ha sumado en fechas recientes un notabilísimo esfuerzo en el campo del ensayo, que aspira a sentar nuevas bases. En el terreno de la crítica literaria, cabe citar dos significativos volúmenes. El primero viene de la mano de la también poeta María Castrejón, que construyó con pluma ágil y osada una encomiable guía de la narrativa lésbica española: ... que me estoy muriendo de agua (2008). El segundo, Ellas y nosotras. Estudios lesbianos sobre literatura escrita en castellano (2009), coordinado por la profesora Elina Norandi, profundiza en la obra de algunas autoras especialmente significativas y, en una línea algo más académica, reúne por vez primera lo que tan sólo se oye aisladamente en congresos y seminarios. Ambos textos siguen la estela de Que sus faldas son ciclones (2008), en edición de Rosa García Rayego y María Soledad Sánchez Gómez, donde se analiza la representación literaria del lesbianismo en lengua inglesa en su vertiente contemporánea y que toma prestado el verso de Marina Tsvietaieva. Los tres títulos son una clara evidencia de la apuesta que dicha editorial está haciendo para afianzar el género. Sin olvidar, claro está, los estudios en el ámbito de las ciencias sociales, que recogen la herencia del activismo posfranquista. Trabajos recientes como Identidad y cambio social (Transformaciones promovidas por el movimiento gay/lesbiano en España), de Jordi M. Monferrer Tomás, o La voluntad y el deseo (La construcción social del género y la sexualidad: el caso de lesbianas, gays y trans), de Gerard Coll-Planas, que ahonda en la construcción social del género y la sexualidad, así como, ya específicamente en el terreno femenino, el trabajo de Gracia Trujillo Barbadillo Deseo y resistencia (1977-2007), que hace un exhaustivo repaso de la movilización lesbiana en esas tres décadas, contribuyen a seguir afianzando la realidad homosexual en este país.
De cine...
Pero ¿acaso la letra impresa sigue un rumbo dispar al de otros soportes artísticos? Nada de eso. La última película de Julio Medem, Habitación en Roma, amén de levantar polémica, está llamada a ser un hito en el cine español, hasta la fecha muy poco generoso con la temática lésbica. Una película valiente –como todas las suyas–, estéticamente algo greenawayesca, en la que dos mujeres comparten cama en una noche única. Una película que en todo caso evoca la reciente Eloïse, de Jesús Garay, que cuenta sin tapujos la relación de dos jovencitas. Y es que a excepción de algunos títulos de Almodóvar donde sí se trata, escasos son en la filmografía española los ejemplos que de ella se ocupan, siendo uno de los más significativos sin duda El pájaro de la felicidad (1993), de Pilar Miró. Aunque si hay alguien que merece considerarse pionera en estas lides es la dicharachera barcelonesa Marta Balletbó-Coll, que en 1995 estrenó una artesanal Costa Brava y en el 2004 reincidió, ya con mayor presupuesto, con Sévigné. Asimismo, en el cine de vocación claramente comercial, algunas comedias han tratado la cuestión con éxito de público, como Los dos lados de la cama, la película española más taquillera del 2002. Esa y alguna que otra, como la coproducción ¿Entiendes?, dieron lugar a productos frescos que buscaban combatir los castradores estereotipos. Lejos de cosechar los aplausos de producciones extranjeras como Tomates verdes fritos, Las horas o Monster, sí significaban un punto de inflexión. Pero ¿llegará Habitación en Roma al público heterosexual rompiendo barreras como lo hicieron estas películas foráneas?
... y de televisión
Claro que acaso la mejor catalizadora de la visibilidad lésbica en estos años recientes ha sido la pequeña pantalla. De un tiempo a esta parte, las series de televisión han alentado el ritmo de lo que sucede en la calle y se han hecho eco de los avances legislativos. En 1999 llegó a Telecinco la primera protagonista lesbiana autóctona, la Diana de Siete vidas, una de las series más ocurrentes y longevas de nuestra televisión. Hay que decir que aunque esta fue la primera a escala estatal, en Catalunya se le adelantó TV3 con la serie Nissaga de poder, que presentó por vez primera a una pareja lesbiana en el horario de sobremesa. A continuación vendría la Bea de Aquí no hay quien viva, otro gran éxito entre los televidentes. Estas series, seguidísimas por el gran público y con muy buena prensa, rompieron con la imagen manida de la lesbiana y ayudaron a más de una joven a salir del armario.
Finalmente, en el 2000 llegó el bombazo, ya sin el humor como subterfugio. Nos referimos a la pareja formada por los personajes de Maca y Esther en Hospital Central, con adopción de niños incluida. Cabe destacar que la ceremonia nupcial se hizo coincidir con la legalización del matrimonio homosexual en España. Emitida en horario de máxima audiencia, en ella la pareja gay recibe el mismo tratamiento que una pareja heterosexual. Apartir de ahí fue como un tobogán donde ninguna serie que se preciara se permitía carecer de una subtrama lésbica. La sociedad empezaba a latir a un ritmo mucho más saludable y se forjaba la primera generación de chicas con espejos. Y es que los espectadores también quieren escuchar que a Chloe le gustaba Olivia.
Re: literatura lésbica
bue, el post en si era ya una literatura!! pero me lo he leido enterito! mu interesante, gracias!!
por cierto, los libros de tematica tambien es posible comprarlos en librerias no especializadas...por lo menos en la de la universidad pablo de olavide. A mi me piden q lleve el ISBN y me piden cualquier libro...he pedido algunos de tematica y sin problemas, vaya ^^
de nuevo, muy interesante!! =)
por cierto, los libros de tematica tambien es posible comprarlos en librerias no especializadas...por lo menos en la de la universidad pablo de olavide. A mi me piden q lleve el ISBN y me piden cualquier libro...he pedido algunos de tematica y sin problemas, vaya ^^
de nuevo, muy interesante!! =)
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Re: literatura lésbica
jajajaja, sí que era literatura.... pero me parecía que estaba muy bien.
En Sevilla, en La Casa del Libro y en Fnac hay cosillas. La verdad es que yo, el hecho de que dando el ISBN te lo traigan, no lo considero que lo tengan... aunque algo es algo...
Un beso Bar!
En Sevilla, en La Casa del Libro y en Fnac hay cosillas. La verdad es que yo, el hecho de que dando el ISBN te lo traigan, no lo considero que lo tengan... aunque algo es algo...
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