" UN MAR DE FUEGUITOS"
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Re: " UN MAR DE FUEGUITOS"
Esto es una dedicatoria
Morelliana 82
"¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que sólo puede definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un balanceo rítmico que me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el que la padece en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing en el que se va informando la materia confusa, es para mí la única certidumbre de su necesidad, porque apenas cesa comprendo que no tengo ya nada que decir. Y también es la única recompensa de mi trabajo: sentir que lo que he escrito es como un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un arquearse cadencioso. Así por la escritura bajo al volcán, me acerco a las Madres, me conecto con el Centro -sea lo que sea. Escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo, inventar una purificación purificándose; tarea de pobre shamán blanco con calzoncillos de nylon." Extracto de RAYUELA. Julio Cortazar.
Morelliana 82
"¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que sólo puede definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un balanceo rítmico que me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el que la padece en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing en el que se va informando la materia confusa, es para mí la única certidumbre de su necesidad, porque apenas cesa comprendo que no tengo ya nada que decir. Y también es la única recompensa de mi trabajo: sentir que lo que he escrito es como un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un arquearse cadencioso. Así por la escritura bajo al volcán, me acerco a las Madres, me conecto con el Centro -sea lo que sea. Escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo, inventar una purificación purificándose; tarea de pobre shamán blanco con calzoncillos de nylon." Extracto de RAYUELA. Julio Cortazar.
Ara- Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 17/10/2008
Edad : 41
Localización : Sevilla
Re: " UN MAR DE FUEGUITOS"
Veo tu apuesta y subo... cinco más.
Aquí va uno de mis cuentos favoritos para demostrar que la poesía no tiene por qué escribirse en renglones separados. No sé qué tiene que siempre que lo leo me lo imagino dibujado como una viñeta de Quino:
Aquí va uno de mis cuentos favoritos para demostrar que la poesía no tiene por qué escribirse en renglones separados. No sé qué tiene que siempre que lo leo me lo imagino dibujado como una viñeta de Quino:
El campeonato mundial de pajaritas, de Luis Britto García
Abierto oficialmente el campeonato mundial de pajaritas el señor Pereira se dirige al proscenio, toma una hoja de papel, la dobla, la vuelve a doblar, y de los pliegues surgen lentamente una montaña, y un arroyo, y un arco iris que desciende hasta que junto a él fulguran las nubes y finalmente las estrellas. Un gran aplauso resuena, el señor Pereira se inclina y baja lentamente a la sala.
Acto seguido se instala en el proscenio el señor Noguchi, quien toma en cada mano una hoja de papel, la mano izquierda dobla dobla, sale una paloma, sosteniendo el pico con los dedos anular y meñique y tirando de la cola con los dedos índice y medio las alas suben bajan suben bajan, la paloma vuela, entretanto la mano derecha dobla, dobla, sale un halcón, colocando el dedo índice en el buche y presionando con el pulgar en las patas, las poderosas alas suben bajan bajan suben, el halcón vuela, persigue a la paloma, la atrapa, cae al suelo, la devora.
Grandes y entusiásticos aplausos.
Sube al proscenio el señor Iturriza, quien es calvo, viejo, tímido y usa unos lentencitos con montura de oro. En medio de un gran silencio el señor Iturriza se inclina ante el público, hace una contorsión, se vuelve de espaldas. La segunda contorsión la despliega, asume una forma extraña, y luego viene la tercera, la cuarta, la quinta contorsión, la apertura del pliegue longitudinal, y la vuelta del conjunto. La sexta y la séptima contorsiones son apenas visibles pero definitivas, la gente va a aplaudir pero no aplaude, en el proscenio el señor Iturriza deshace su último pliegue y se transforma en una límpida, solitaria, gran hoja cuadrada de papel blanco.
Re: " UN MAR DE FUEGUITOS"
Hummmmmmmmmmmmmmm..... No me lo has puesto facil, no no... Pero yo no me amilano! Aqui llevas el contraataque:
- http://www.quetanavagomez.com/swflibros/plumac3.swf
FELIZ PLUMINKANA A TODOS!!!
- http://www.quetanavagomez.com/swflibros/plumac3.swf
FELIZ PLUMINKANA A TODOS!!!
Ara- Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 17/10/2008
Edad : 41
Localización : Sevilla
Re: " UN MAR DE FUEGUITOS"
EL LOCO
Todos me preguntan cómo enloquecí. Fue así. Hace muchísimo tiempo, mucho antes de que nacieran nuestros dioses, desperté de un profundo y largo sueño y noté que todas mis máscaras habían sido robadas. Sí, las siete máscaras que yo me había hecho y usado en mis siete vidas. Y sin máscaras corrí por las calles llenas de gente clamando: “ladrones, ¡malditos ladrones!”. Muchos hombres y mujeres se rieron de mí y otros se encerraron en sus casas atemorizados. Y, cuando entré en la plaza del mercado, un joven desde la azotea de su casa me señaló gritando "¡Es un loco!". Levanté los ojos para mirarlo y fue entonces cuando el sol iluminó por vez primera mi rostro desnudo, y mi alma se llenó de gozo y de amor al sol, y no quise volver a ponerme una mascara. Y enajenado grité: ¡Benditos sean los ladrones que robaron mis máscaras! Y entonces me sentí libre y seguro en mi locura con la libertad de la soledad y la seguridad de nunca ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos convierten en esclavos.
Pero impedid que me envanezca demasiado de mi seguridad, pues ni el ladrón que está preso está a salvo de otro ladrón.
Gilbrán Jalil Gibrán. (1883-1931)
Todos me preguntan cómo enloquecí. Fue así. Hace muchísimo tiempo, mucho antes de que nacieran nuestros dioses, desperté de un profundo y largo sueño y noté que todas mis máscaras habían sido robadas. Sí, las siete máscaras que yo me había hecho y usado en mis siete vidas. Y sin máscaras corrí por las calles llenas de gente clamando: “ladrones, ¡malditos ladrones!”. Muchos hombres y mujeres se rieron de mí y otros se encerraron en sus casas atemorizados. Y, cuando entré en la plaza del mercado, un joven desde la azotea de su casa me señaló gritando "¡Es un loco!". Levanté los ojos para mirarlo y fue entonces cuando el sol iluminó por vez primera mi rostro desnudo, y mi alma se llenó de gozo y de amor al sol, y no quise volver a ponerme una mascara. Y enajenado grité: ¡Benditos sean los ladrones que robaron mis máscaras! Y entonces me sentí libre y seguro en mi locura con la libertad de la soledad y la seguridad de nunca ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos convierten en esclavos.
Pero impedid que me envanezca demasiado de mi seguridad, pues ni el ladrón que está preso está a salvo de otro ladrón.
Gilbrán Jalil Gibrán. (1883-1931)
Ara- Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 17/10/2008
Edad : 41
Localización : Sevilla
ARACELII MUY BONITO
ARACELI ES PRECIOSO. GRACIAS. HAY UN FRASE QUE DICE: QUE LA COHERENCIA Y LA LIBERTAD SE PAGA CON EL ALTO PRECIO DE LA SOLEDAD. ES PREFERIBLE SER MINORITARIO, QUE BORREGO. UN BESO GUAPAAAAAAA. QUE ERES "MISS LINDA" JODER......., UN BESO. GUAPAAAAAAAAAAAAA
Raùl- Mensajes : 235
Fecha de inscripción : 10/07/2008
Edad : 42
Re: " UN MAR DE FUEGUITOS"
"...LAS FLORES HORARIAS
...MOMO recorrió con la mirada la sala llena de relojes y preguntó: Para eso tienes tantos relojes, ¿no? ¿Uno para cada hombre?
No, Momo – contestó el maestro Hora-. Estos relojes no son más que una afición mía. Sólo son reproducciones muy imperfectas de algo que todo hombre lleva en su pecho. Porque al igual que tenéis ojos para ver la luz, oídos para oír los sonidos, tenéis un corazón para percibir, con él, el tiempo. Y todo el tiempo que no se percibe con el corazón está tan perdido como los colores del arco iris para un ciego o el canto de un pájaro para un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.
¿Y si un día mi corazón deja de latir? – preguntó Momo.
Entonces –replicó el maestro Hora -, el tiempo se habrá acabado para ti, mi niña. También se podría decir que eres tú quien vuelve a través del tiempo, a través de todos tus días y noches, tus meses y años. Regresas a través de tu vida hasta llegar al gran portal por el que una vez entraste. Por allí vuelves a salir.
Y, ¿qué hay del otro lado?
Entonces has llegado al lugar de donde procede la música que, muy bajito, ya has oído alguna vez. Pero entonces tú formas parte de ella, eres un sonido dentro de ella.
…
¿Eres tú la muerte? – preguntó Momo.
El maestro Hora sonrió y calló un rato antes de contestar: Si los hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida. (…) ¿Quieres ver de dónde procede el tiempo?
Sí- murmuró Momo.
Yo te conduciré – dijo el maestro Hora -. Pero en aquel lugar hay que callar. No se puede preguntar ni decir nada.
Me lo prometes?
Momo asintió, muda.
El maestro Hora se agachó hacia ella, la levantó y la retuvo fuertemente en sus brazos. Le cubrió los ojos con la mano y le pareció que caía sobre su cara nieve levísima y fresca.
Poco a poco, Momo se fue dando cuenta de que se hallaba bajo una cúpula inmensa, totalmente redonda, que le pareció tan grande como todo el firmamento. Y esa inmensa cúpula era de oro puro.
En el centro, en el punto más alto, había una abertura circular por la que caía, vertical, una columna de luz sobre un estanque igualmente circular, cuya agua negra estaba lisa e inmóvil como un espejo oscuro.
Muy poco por encima del agua titilaba en la columna de luz algo así como una estrella luminosa se movía con lentitud majestuosa, y Momo vio un péndulo increíble que oscilaba sobre el espejo oscuro. Flotaba y parecía carecer de peso.
Cuando el péndulo estelar se acercaba lentamente a un extremo del estanque, salía del agua, en aquel punto, un gran capullo floral. Cuanto más se acercaba el péndulo, más se abría, hasta que por fin quedaba totalmente abierta sobre las aguas.
Era una flor de belleza tal, que Momo no la había visto nunca. Parecía componerse solamente de colores luminosos. Momo nunca había sospechado que esos colores siquiera existieran. El péndulo se detuvo un momento sobre la flor y Momo se ensimismó totalmente en su visión, olvidando todo lo demás. El aroma le parecía algo que siempre había deseado sin saber de qué se trataba.
Pero, entonces, muy lentamente, el péndulo volvió a oscilar hacia el otro lado. Y mientras, muy poco a poco, se alejaba. Momo vio, consternada, que la maravillosa flor comenzaba a marchitarse. Una hoja tras otra caía y se hundía en la negra profundidad. Momo lo sentía con tal dolor, como si desapareciera para siempre en ella algo totalmente irrepetible.
Cuando el péndulo hubo llegado al centro del estanque, la extraordinaria flor había desaparecido del todo. Pero al mismo, comenzaba a salir, al otro lado del estanque, del agua negra, otro capullo. Y mientras el péndulo se acercaba lentamente a é. Momo vio que el capullo que comenzaba a abrirse era mucho más hermoso todavía. La niña dio la vuelta al estanque para verlo de cerca.
Era totalmente diferente a la flor anterior. Tampoco los colores de ésta los había visto jamás Momo, pero le pareció que era todavía más rica y preciosa que la anterior, y cuando más la miraba Momo, más detalles extraordinarios descubría.
Pero de nuevo volvió el péndulo estelar, y toda esa maravilla se disolvió y se hundió, hoja a hoja, en las inescrutables profundidades del estanque oscuro.
Lentamente, muy lentamente, el péndulo volvió al otro lado, pero no alcanzó exactamente el lugar anterior, sino que había avanzado un corto trecho. Y allí, a un paso del punto anterior, comenzaba a emerger y abrirse nuevamente un capullo.
Esa flor era, realmente, la más hermosa, según le pareció a Momo. Era la flor de las flores, un milagro.
Momo hubiera querido llorar cuando tuvo que ver que también esa perfección comenzaba a marchitarse y a hundirse en las oscuras profundidades. Pero recordó la promesa que le había hecho al maestro Hora, y calló.
Paseando todo el rato alrededor del estanque, miraba cómo nacía y se marchitaba una flor tras otra. Y le parecía que nunca se cansaría de este espectáculo.
De pronto se dio cuenta de que, además, al mismo tiempo estaba pasando otra cosa, algo que no había notado hasta entonces.
La columna de luz que irradiaba desdel centro de la cúpula no sólo era visible: Momo estaba empezando a oírla.
Al principio era como un susurro, como el que, de lejos, produce el viento en las copas de los árboles, pero después el bramido se hizo más potente, hasta que se pareció al de una catarata o al tronar de las olas del mar contra una costa rocosa.
Y Momo escucho, cada vez con mayor claridad, que este estruendo se componía de incontables sonidos que cada vez se ordenaban de nuevo entre sí, se transformaban y formaban cada vez nuevas armonías. Era música y, al mismo tiempo, otra cosa. Y, de pronto, Momo lo reconoció: era la música que a veces oía, muy bajito y como de muy lejos, mientras escuchaba el silencio de la noche estrellada.
Pero ahora, los sonidos se volvían más y más claros y brillantes. Momo intuyó que era esa luz sonora la que hacía nacer de las profundidades del agua negra cada una de las flores de forma cada vez diferente, única e irrepetible.
Cuanto mas escuchaba, más claramente podía distinguir voces singulares. Pero no eran voces humanas, sino que sonaba como si cantaran el oro, la plata y todos los demás metales. Y entonces aparecieron como en segundo término voces de índole totalmente diferente, voces de lejanías impensables y de potencia indescriptibles. Se hacían cada vez más claras, de modo que Momo iba entendiendo poco a poco las palabras, palabras de una lengua que nunca había oído y que, no obstante, entendía. Eran el sol y la luna y todos los planetas y las estrellas que revelaban sus propios nombres, los verdaderos. Y en esos nombres estaba decidido lo que hacen y cómo colaboran todos para hacer nacer y marchitarse cada una de esas flores horarias.
Y de, pronto, Momo comprendió que todas esas palabras iban dirigidas a ella. Todo el mundo, hasta las más lejanas estrellas, estaba dirigido a ella como una sola cara de tamaño impensable que la miraba y le hablaba.
Y le sobrevino algo más grande que el miedo. En ese momento vio al maestro Hora, que le hacía señas con la mano.
Maestro Hora – murmuró Momo- , nunca pensé que el tiempo de todos los hombres es…. – buscó la palabra adecuada, sin encontrarla- … tan grande – dijo por fin.
Lo que has visto y oído Momo – respondió el maestro Hora -, no era el tiempo de todos los hombres. Sólo era tu propio tiempo. En cada hombre existe ese lugar, en el que acabas de estar. pero sólo puede llegar a é quien se deja llevar por mí. Y no se puede ver con los ojos corrientes.
¿Dónde estuve, pues?
En tu propio corazón – dijo el Maestro Hora.
¿Puedo contarles a mis amigos lo que han dicho las estrellas?
Puedes, pero no serás capaz.
¿Por qué no?
Porque todavía han de crecer en ti las palabras.
Si de verdad lo quieres, Momo, tendrás que saber esperar.
No me importa esperar – dijo Momo.
Esperar, mi niña, como una semilla que duerme toda una vuelta solar en la tierra antes de poder germinar. Tanto tardarán las palabras en crecer en ti. ¿Quieres eso?
Sí – murmuró Momo.
Pues duerme – dijo el maestro Hora, pasándole la mano por los ojos.
Y Momo tomó aliento, profundamente feliz, y se durmió..."
...MOMO recorrió con la mirada la sala llena de relojes y preguntó: Para eso tienes tantos relojes, ¿no? ¿Uno para cada hombre?
No, Momo – contestó el maestro Hora-. Estos relojes no son más que una afición mía. Sólo son reproducciones muy imperfectas de algo que todo hombre lleva en su pecho. Porque al igual que tenéis ojos para ver la luz, oídos para oír los sonidos, tenéis un corazón para percibir, con él, el tiempo. Y todo el tiempo que no se percibe con el corazón está tan perdido como los colores del arco iris para un ciego o el canto de un pájaro para un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.
¿Y si un día mi corazón deja de latir? – preguntó Momo.
Entonces –replicó el maestro Hora -, el tiempo se habrá acabado para ti, mi niña. También se podría decir que eres tú quien vuelve a través del tiempo, a través de todos tus días y noches, tus meses y años. Regresas a través de tu vida hasta llegar al gran portal por el que una vez entraste. Por allí vuelves a salir.
Y, ¿qué hay del otro lado?
Entonces has llegado al lugar de donde procede la música que, muy bajito, ya has oído alguna vez. Pero entonces tú formas parte de ella, eres un sonido dentro de ella.
…
¿Eres tú la muerte? – preguntó Momo.
El maestro Hora sonrió y calló un rato antes de contestar: Si los hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida. (…) ¿Quieres ver de dónde procede el tiempo?
Sí- murmuró Momo.
Yo te conduciré – dijo el maestro Hora -. Pero en aquel lugar hay que callar. No se puede preguntar ni decir nada.
Me lo prometes?
Momo asintió, muda.
El maestro Hora se agachó hacia ella, la levantó y la retuvo fuertemente en sus brazos. Le cubrió los ojos con la mano y le pareció que caía sobre su cara nieve levísima y fresca.
Poco a poco, Momo se fue dando cuenta de que se hallaba bajo una cúpula inmensa, totalmente redonda, que le pareció tan grande como todo el firmamento. Y esa inmensa cúpula era de oro puro.
En el centro, en el punto más alto, había una abertura circular por la que caía, vertical, una columna de luz sobre un estanque igualmente circular, cuya agua negra estaba lisa e inmóvil como un espejo oscuro.
Muy poco por encima del agua titilaba en la columna de luz algo así como una estrella luminosa se movía con lentitud majestuosa, y Momo vio un péndulo increíble que oscilaba sobre el espejo oscuro. Flotaba y parecía carecer de peso.
Cuando el péndulo estelar se acercaba lentamente a un extremo del estanque, salía del agua, en aquel punto, un gran capullo floral. Cuanto más se acercaba el péndulo, más se abría, hasta que por fin quedaba totalmente abierta sobre las aguas.
Era una flor de belleza tal, que Momo no la había visto nunca. Parecía componerse solamente de colores luminosos. Momo nunca había sospechado que esos colores siquiera existieran. El péndulo se detuvo un momento sobre la flor y Momo se ensimismó totalmente en su visión, olvidando todo lo demás. El aroma le parecía algo que siempre había deseado sin saber de qué se trataba.
Pero, entonces, muy lentamente, el péndulo volvió a oscilar hacia el otro lado. Y mientras, muy poco a poco, se alejaba. Momo vio, consternada, que la maravillosa flor comenzaba a marchitarse. Una hoja tras otra caía y se hundía en la negra profundidad. Momo lo sentía con tal dolor, como si desapareciera para siempre en ella algo totalmente irrepetible.
Cuando el péndulo hubo llegado al centro del estanque, la extraordinaria flor había desaparecido del todo. Pero al mismo, comenzaba a salir, al otro lado del estanque, del agua negra, otro capullo. Y mientras el péndulo se acercaba lentamente a é. Momo vio que el capullo que comenzaba a abrirse era mucho más hermoso todavía. La niña dio la vuelta al estanque para verlo de cerca.
Era totalmente diferente a la flor anterior. Tampoco los colores de ésta los había visto jamás Momo, pero le pareció que era todavía más rica y preciosa que la anterior, y cuando más la miraba Momo, más detalles extraordinarios descubría.
Pero de nuevo volvió el péndulo estelar, y toda esa maravilla se disolvió y se hundió, hoja a hoja, en las inescrutables profundidades del estanque oscuro.
Lentamente, muy lentamente, el péndulo volvió al otro lado, pero no alcanzó exactamente el lugar anterior, sino que había avanzado un corto trecho. Y allí, a un paso del punto anterior, comenzaba a emerger y abrirse nuevamente un capullo.
Esa flor era, realmente, la más hermosa, según le pareció a Momo. Era la flor de las flores, un milagro.
Momo hubiera querido llorar cuando tuvo que ver que también esa perfección comenzaba a marchitarse y a hundirse en las oscuras profundidades. Pero recordó la promesa que le había hecho al maestro Hora, y calló.
Paseando todo el rato alrededor del estanque, miraba cómo nacía y se marchitaba una flor tras otra. Y le parecía que nunca se cansaría de este espectáculo.
De pronto se dio cuenta de que, además, al mismo tiempo estaba pasando otra cosa, algo que no había notado hasta entonces.
La columna de luz que irradiaba desdel centro de la cúpula no sólo era visible: Momo estaba empezando a oírla.
Al principio era como un susurro, como el que, de lejos, produce el viento en las copas de los árboles, pero después el bramido se hizo más potente, hasta que se pareció al de una catarata o al tronar de las olas del mar contra una costa rocosa.
Y Momo escucho, cada vez con mayor claridad, que este estruendo se componía de incontables sonidos que cada vez se ordenaban de nuevo entre sí, se transformaban y formaban cada vez nuevas armonías. Era música y, al mismo tiempo, otra cosa. Y, de pronto, Momo lo reconoció: era la música que a veces oía, muy bajito y como de muy lejos, mientras escuchaba el silencio de la noche estrellada.
Pero ahora, los sonidos se volvían más y más claros y brillantes. Momo intuyó que era esa luz sonora la que hacía nacer de las profundidades del agua negra cada una de las flores de forma cada vez diferente, única e irrepetible.
Cuanto mas escuchaba, más claramente podía distinguir voces singulares. Pero no eran voces humanas, sino que sonaba como si cantaran el oro, la plata y todos los demás metales. Y entonces aparecieron como en segundo término voces de índole totalmente diferente, voces de lejanías impensables y de potencia indescriptibles. Se hacían cada vez más claras, de modo que Momo iba entendiendo poco a poco las palabras, palabras de una lengua que nunca había oído y que, no obstante, entendía. Eran el sol y la luna y todos los planetas y las estrellas que revelaban sus propios nombres, los verdaderos. Y en esos nombres estaba decidido lo que hacen y cómo colaboran todos para hacer nacer y marchitarse cada una de esas flores horarias.
Y de, pronto, Momo comprendió que todas esas palabras iban dirigidas a ella. Todo el mundo, hasta las más lejanas estrellas, estaba dirigido a ella como una sola cara de tamaño impensable que la miraba y le hablaba.
Y le sobrevino algo más grande que el miedo. En ese momento vio al maestro Hora, que le hacía señas con la mano.
Maestro Hora – murmuró Momo- , nunca pensé que el tiempo de todos los hombres es…. – buscó la palabra adecuada, sin encontrarla- … tan grande – dijo por fin.
Lo que has visto y oído Momo – respondió el maestro Hora -, no era el tiempo de todos los hombres. Sólo era tu propio tiempo. En cada hombre existe ese lugar, en el que acabas de estar. pero sólo puede llegar a é quien se deja llevar por mí. Y no se puede ver con los ojos corrientes.
¿Dónde estuve, pues?
En tu propio corazón – dijo el Maestro Hora.
¿Puedo contarles a mis amigos lo que han dicho las estrellas?
Puedes, pero no serás capaz.
¿Por qué no?
Porque todavía han de crecer en ti las palabras.
Si de verdad lo quieres, Momo, tendrás que saber esperar.
No me importa esperar – dijo Momo.
Esperar, mi niña, como una semilla que duerme toda una vuelta solar en la tierra antes de poder germinar. Tanto tardarán las palabras en crecer en ti. ¿Quieres eso?
Sí – murmuró Momo.
Pues duerme – dijo el maestro Hora, pasándole la mano por los ojos.
Y Momo tomó aliento, profundamente feliz, y se durmió..."
Ara- Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 17/10/2008
Edad : 41
Localización : Sevilla
Re: " UN MAR DE FUEGUITOS"
Gracias Ara por ese fragmento de Momo, hace muchísimo que lo ley y por un momento me has vuelto a transportar a su lectura, porque lo disfrute mucho, así que lo desempolvare del baúl de mis recuerdos y lo volveré a leer.
Besos!
Besos!
cat- Mensajes : 666
Fecha de inscripción : 13/08/2008
Edad : 51
"LAS FLORES HORARIAS"
Muchas gracias Ara por el relato, me ha encantado, tiene mucho para pensar... Besos!!
DÍAS DE VINO Y ROSAS
No sabíamos que los días de vino y rosas,
aturdidos como estábamos de que el deseo
se empeñara en ajarse en la costumbre
y en rebelarse contra el orden establecido.
Pronto comenzamos a pagar el alto precio
que supone saberse diferentes,
y aprendimos a rendirles vasallaje al ansia
y a su estigma.
Tuvimos que pagar un alto precio
y aún hoy lo pagamos,
pero vamos conociendo
el sabor del vino y el olor de la rosa.
aturdidos como estábamos de que el deseo
se empeñara en ajarse en la costumbre
y en rebelarse contra el orden establecido.
Pronto comenzamos a pagar el alto precio
que supone saberse diferentes,
y aprendimos a rendirles vasallaje al ansia
y a su estigma.
Tuvimos que pagar un alto precio
y aún hoy lo pagamos,
pero vamos conociendo
el sabor del vino y el olor de la rosa.
Anónimo
Kairy- Mensajes : 620
Fecha de inscripción : 03/11/2008
Localización : Sevilla
EL AMOR CIEGO
Cuentan que una vez se reunieron en algún lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los seres humanos.
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura como siempre tan loca les propuso: ¡vamos a jugar al escondite! La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad sin poder contenerse le preguntó: ¿Al escondite? y , ¿Cómo es eso?
Es un juego, explicó la Locura, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego. El Entusiasmo bailó entusiasmado secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó convenciendo a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba hacer nada. Pero no todos querían participar. La Verdad prefirió no esconderse... ¿Para qué? si al final siempre la hallaban. Y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en realidad lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella)... y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
Un, dos, tres... comenzó a contar la Locura. La primera en esconderse fue la Pereza, como siempre tan perezosa se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzó a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos... que si un lago cristalino para la Belleza... que si una hendida en un árbol perfecto para la Timidez... que si el vuelo de una mariposa para la Libertad... así terminó por acurrucarse en un rayito de sol. El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el pricipio: aireado, cómodo... pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, se escondió detrás del arco iris). La Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes. El Olvido... se me olvidó dónde se escondió el Olvido, pero eso no es lo más importante. La Locura contaba ya novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve... y el Amor no había aún encontrado sitio para esconderse entre sus flores.
Un millón contó la Locura y comenzó a buscar. La primera en encontrar fue la Pereza... a sólo tres pasos detrás de una piedra. Después se escuchó la Fe discutiendo con Dios sobre Teología y a la Pasión y el Deseo los sintió vibrar en los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solo salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza, y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada en una cerca sin decidir aún dónde esconderse.
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca... a la Angustia en una oscura cueva... a la Mentira detrás del arco iris (mentira... en el fondo del mar). Hasta el Olvido... ya se había olvidado que estaban jugando a las escondidas. Pero sólo el Amor... no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detras de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vendica, divisó un rosal y pensó: el Amor siempre tan cursi, seguro se escondió entre las rosas... tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas... cuando de pronto un doloroso grito se escucho... las espinas habían herido los ojos del Amor, la Locura no sabía que hacer para disculparse: lloró...rogó...pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a la Tierra al escondite, el Amor es ciego... y la Locura siempre lo acompaña.
MARIO BENEDETTI
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura como siempre tan loca les propuso: ¡vamos a jugar al escondite! La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad sin poder contenerse le preguntó: ¿Al escondite? y , ¿Cómo es eso?
Es un juego, explicó la Locura, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego. El Entusiasmo bailó entusiasmado secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó convenciendo a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba hacer nada. Pero no todos querían participar. La Verdad prefirió no esconderse... ¿Para qué? si al final siempre la hallaban. Y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en realidad lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella)... y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
Un, dos, tres... comenzó a contar la Locura. La primera en esconderse fue la Pereza, como siempre tan perezosa se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzó a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos... que si un lago cristalino para la Belleza... que si una hendida en un árbol perfecto para la Timidez... que si el vuelo de una mariposa para la Libertad... así terminó por acurrucarse en un rayito de sol. El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el pricipio: aireado, cómodo... pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, se escondió detrás del arco iris). La Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes. El Olvido... se me olvidó dónde se escondió el Olvido, pero eso no es lo más importante. La Locura contaba ya novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve... y el Amor no había aún encontrado sitio para esconderse entre sus flores.
Un millón contó la Locura y comenzó a buscar. La primera en encontrar fue la Pereza... a sólo tres pasos detrás de una piedra. Después se escuchó la Fe discutiendo con Dios sobre Teología y a la Pasión y el Deseo los sintió vibrar en los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solo salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza, y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada en una cerca sin decidir aún dónde esconderse.
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca... a la Angustia en una oscura cueva... a la Mentira detrás del arco iris (mentira... en el fondo del mar). Hasta el Olvido... ya se había olvidado que estaban jugando a las escondidas. Pero sólo el Amor... no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detras de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vendica, divisó un rosal y pensó: el Amor siempre tan cursi, seguro se escondió entre las rosas... tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas... cuando de pronto un doloroso grito se escucho... las espinas habían herido los ojos del Amor, la Locura no sabía que hacer para disculparse: lloró...rogó...pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a la Tierra al escondite, el Amor es ciego... y la Locura siempre lo acompaña.
MARIO BENEDETTI
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